Beniatjar
Hay una concatenación
de aromas que me acompañan siempre, cuando llega el invierno y todos ellos se centran en un lugar.
En una casa de
pueblo, modesta, recóndita, ahora lejana…fría por naturaleza, por eso el lar
siempre está encendido, por lo que cada
vez que veo una lumbre en su apogeo me
lleva directamente a ella, a evocar momentos secretos de mi infancia.
A la izquierda, hay una mujer sentada, entrada
en años, pero no vieja. Tiene la cara más amable del mundo. Está en su mecedora con un rítmico movimiento, mientras
hace maravillas de ganchillo, auténtica artesanía. Las gafas le caen por encima
de la nariz y de vez en cuando alza la mirada y me sonríe…la “meua xiqueta”,
suspira.
Tiene sobre ella
una bombilla desnuda, tras un cable blanco, colgando, haciendo un ligero sonido
de electricidad constante, los dedos se entrelazan, con la lana, que reposa en
su regazo, mientras la obra de arte toma forma.
El atardecer pasa….en
el centro hay una mesa robusta de madera, oscura, con una talla en sus pies,
entre los que tantas veces me he escondido, debajo del mantel. El suelo, es de
cerámica fría, con un dibujo de flores difícil de superar….al frente un armario
que guarda tesoros, entre ellos, el azucarero con tapa.
Y desde la
alacena, situada debajo de la escalera, me asomo a ver, me acerco. Abro la
puerta y entonces, sólo entonces el olor del aceite en crudo, que desprenden
las grandes tinajas me envuelve hasta marearme, hasta perder casi el sentido, imagino
dentro a mi abuelo, con manos de labrador, que no ha parado un segundo de su
vida de trabajar. Aún no estando, imagino que el viejo me sonríe, con esa
mirada pícara y traviesa, que tanto adoro, y en su mano tiene un medidor, está
llenando alguna garrafa para alguien.
Sigo andando, hay
un portalón que separa la estancia principal de la cocina, el baño y el corral.
Una gran puerta que va del techo al suelo, con dos hojas. Y oigo un suave
borboteo, una música de agua que llega plácida hacia mí, oigo el no te acerques
inmediato….y me quedo en la puerta observando la gran lata, hirviendo, llena de
tarros de cristal con tapa, llenos de mermelada de pruna (ciruelo) negra.
Dulce, deliciosamente ácida, única….me alejo….dentro de poco vendrán con la gran ccuhara de madera a moverlas.
La noche ha caído
sobre el pequeño pueblo, pero yo sigo en el interior de esa casa, cálida, la
hoguera en brasas…es el momento preferido, mi abuela deja su faena a un lado,
se levanta pesadamente de su mecedora y yo la sigo con la mirada. Abre la
nevera y de ella saca una fuente de porcelana, antigua, llena de deliciosas
chuletas de cordero, morcillas, longanizas….y corta unas hogazas de pan de
pueblo, grandes….deja sobre la mesa el jarro de vino que se desborda un poco, es un vino fuerte, de carácter, que llena de olor la copa sobre la que lo derraman.
Coge la graella,
la abre de par en par y mete las comandas una a una entre esos hierros. Atiza
el fuego, hace un lecho de brasas y es entonces, cuando de verdad llega
Noviembre, cuando la grasa del cordero empieza a chisporrotear y el olor del
embutido llena la estancia…..aceite crudo en el pan, carne recién hecha marcada
por el fuego…
Y es entonces cuando mi gente vuelve del campo y la casa se llena de nuevo
de vida...